Aunque escri...
Messolongi-Kalogria - Entramos en el Peloponeso
Como hemos salido después de comer desde Astakos, llegamos a Messolongi a media tarde y el sol está ya bastante bajo. El GPS nos lleva directos hasta el parking exterior de un hotel que en estas fechas parece cerrado.
Frente al parking hay una especie de laguna marítima que hoy está como un espejo. Las barcas que están fondeadas parece que están flotando en el aire. ¡Increible!
Es domingo y como hace un día muy bueno, en esta zona hay mucha gente paseando. Nos unimos nosotros también y vamos recorriendo la acera que sigue la carretera hasta que llegamos a una zona con varias pistas deportivas y entre ellas, un campo de futbol que aprovechamos para echar otro partidito. Creo que llevo ya cuatro entre ayer y hoy pero esta bien hacer algo de ejercicio de vez en cuando.
Cuando nos cansamos de jugar volvemos hacia la zona del hotel pero dando un rodeo por la parte trasera que es donde está el puerto y la marina de Messolongi con algunos bares y cafeterías. El sol se está poniendo ya y el espectáculo es grandioso y nos quedamos a disfrutarlo a conciencia.
Ya sin sol pero aprovechando la luz que todavía queda, acabamos de recorrer todo el paseo hasta llegar a la autoca y vemos que justo detrás nuestro ha aparcado un coche que por alguna razón no me gusta y le digo a Elena que nos vamos a mover al otro lado, a la zona del puerto que para pasar la noche me gusta más. Probablemente no sea nada pero estamos aprendiendo a fiarnos de nuestras sensaciones y por si acaso...
El sitio a donde quiero ir está muy cerca así que en dos minutos estamos tranquilamente aparcados y siguiendo nuestras rutinas vespertinas, hacemos algo de clase, cenamos y a dormir.
Al día siguiente salimos de Messolongi con intención de entrar ya en el Peloponeso a través del impresionante puente colgante que une las dos orillas del golfo de corinto y permite llegar a la ciudad de Patras. Aunque cada vez que me acerco a un puente de estos me pongo nervioso pensando en el viento, hoy la verdad es que no sopla nada y lo cruzamos tranquilamente y sin despeinarnos. Paramos en Patras para hacer unas compras pero enseguida dejamos la ciudad y nos ponemos rumbo a nuestro punto de pernocta.
Nuestra idea es llegar hasta un área que tenemos documentada cerca de Araxos, en un pueblecito llamado Kalogria. Cuando ya nos quedan pocos kilómetros para llegar, el paisaje cambia y se convierte en una enorme llanura verde sin muchos signos de civilización, con bosques de pinos a los lados de la carretera, vacas pastando cada poco trecho y una sensación de haber cambiado de planeta. Es como si estuviéramos en un sitio completamente distinto al que estábamos viendo hasta hace unos minutos.
Llegamos al área pero está cerrada. Preguntamos en una casa que está al lado y por mímica deducimos que nos sabe nada del área. Enfrente hay un hotelito rural (Que por cierto, es precioso. Típico sitio para perderte unos días en busca de paz y tranquilidad) que ahora está cerrado pero hago una intentona y llamó al timbre de la recepción por si acaso. Me responde un chico y esta vez sí que puedo hablar en inglés con él. Me dice que no sabe nada del área, que el dueño no está pero que si queremos podemos pasar la noche aparcados en el parking del hotel y hasta podemos coger agua de una toma que tiene para el jardín. ¡Fantastico!
Aprovecho y le pregunto por la playa y me dice que está cerca a unos 500 mts. y me indica cómo llegar así que con el tema de dormir solucionado, comemos y nos vamos hacia allá.
Efectivamente, siguiendo la carretera llegamos enseguida y nos quedamos alucinados. Imaginaros: Un cielo azul intenso de media tarde, un parking de tierra frente a la playa completamente vacío, una enorme playa de arena fina cortada a unos trescientos metros por una cresta rocosa y como guinda, unas enormes dunas que trepan hacia el monte al fondo de la playa. ¡Impresionante!
Elena y yo nos quedamos un rato mirando el cuadro como embobados mientras los pekes, que para estas cosas son más practicos, corren hacia la orilla sin fijarse mucho en todo lo demás. ¡Que atracción por el agua, por dios! Al poco rato vamos tras ellos y nos quedamos por allí mientras ellos juegan un rato en unas pequeñas islas que se han formado en la orilla. Cuando ya se han aburrido de saltar de isla en isla, les decimos que miren hacia el fondo y en cuanto ven las dunas, salen corriendo como locos hacia ellas. ¡Cuánta energía concentrada!
Llegamos tras ellos a nuestro paso y las dunas están preciosas, iluminadas por un sol que está ya cayendo. Los pekes disfrutan de lo lindo subiendo, bajando, rodando, saltando… Vemos que no queda mucho para que se ponga el sol y Elena y yo decidimos subir hasta arriba de la duna para verlo. Es un momento realmente mágico aunque en cuanto el sol desaparece, nos tenemos que mover porque la temperatura cae en picado y no estamos muy abrigados. Los pekes se lo están pasando tan bien que nos cuesta horrores sacarles de allí y al final tenemos que prometerles que al día siguiente volveremos por la mañana para pasar otro rato en las dunas.
Después de una tranquila noche en el parking del hotel, desayunamos y volvemos a la playa como les hemos prometido. Intentamos hacer una pequeña excursión por la zona de bosque que empieza al final de las dunas pero es demasiado espeso y no hay senderos claros así que desistimos y nos dedicamos a tirarnos por la pendiente de arena de todas las formas que se nos ocurre. He llevado un cartón para probar y nos lo pasamos genial con él. Al final, los pekes pasan del cartón y se tiran de cabeza nadando directamente sobre la arena. ¡Cómo hemos disfrutado!
De vuelta a la autoca hay que hacer limpieza general antes de entrar porque tenemos arena hasta en las orejas y como vamos a comer aquí, los pekes se quedan un rato jugando en la zona de arena frente a la autoca hasta que la comida esté lista. Yo aprovecho y me voy paseando hasta el otro extremo de la playa porque desde arriba de la
duna, he visto con los prismáticos que había otra autocaravana aparcada y quiero ver el sitio.
Resulta que siguiendo la playa más o menos a un kilómetro hacia el sur, hay un enorme parking de tierra de un restaurante que ahora está cerrado, con dos autocas aparcadas. Me quedo un rato a hablar con un jubilado alemán de una de las autocas y me cuenta que ahora dejan estar pero que cuando el restaurante está abierto, enseguida llaman a la policía para desalojarlo. Una pena porque el sitio está genial y si lo hubiéramos encontrado ayer, nos hubiéramos quedado aquí a dormir con algo de compañía.
Recorro la playa de vuelta disfrutando de mi ratito en soledad y después de una comida ligera nos ponemos en marcha hacia la playa de Kyllini. Hoy queremos dormir allí.
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