Aunque escri...
Crónica de un cambio de planes y un triste adiós
Han pasado ya dos años desde que comenzamos nuestro proyecto familiar de viaje. Dos años llenos de experiencias fantásticas y de conocer muy buena gente por todos los lugares visitados. Dos años que nos han permitido crecer y aprender como personas y como familia ya que la convivencia viajando ha sido realmente intensa.
Nuestra idea inicial del proyecto, al igual que nosotros, ha ido cambiando y evolucionando, adaptándose a las circunstancias que nos tocaban vivir en cada momento y hemos sufrido muchas veces la gran verdad de que los planes están ahí para ser cambiados. Y lo que el destino nos deparaba no iba a ser distinto.
Después de nueve meses increíbles solo para Sudamérica, volvimos a casa y tocaba organizar la siguiente etapa. La lógica del viaje nos decía que ahora tocaba seguir hacía Norteamérica y con esa idea dejamos la Autocaravana en Colombia y volvimos a Europa a pasar un par de meses con la familia.
Durante los últimos años, la salud de mi padre habia ido empeorando poco a poco, y aunque durante el viaje, nos mantuvieron un poco al margen y no nos lo contaban todo, a la vuelta pudimos ver de primera mano que la cosa no pintaba nada bién y teníamos que replantearnos la siguiente etapa.
No tenía mucho sentido quedarnos parados porque nadie sabía lo que podía pasar ni cuándo, pero había que estar lo suficientemente cerca para que volver, si llegase a ser necesario, fuese cosa de un día. Elena y yo lo hablamos y estuvimos de acuerdo. Tocaba poner el viaje patas arriba de nuevo y cambiar el plan otra vez.
Hablamos con los pekes y la idea les pareció bien así que quedó decidido: este tercer año, seguíamos viajando, pero lo íbamos a hacer por España y alrededores.
La decisión nos tranquilizó por un lado, pero nuestra autocaravana estaba en Silvia (Colombia), en casa de unos amigos y había que planificar como traerla. Nos pusimos a la busca y captura de barco para traerla a Europa y en la primera opción que barajamos que fue Cartagena de Indias, los precios eran tremendamente altos. Alguien nos comentó que probáramos en Ecuador y efectivamente, en Guayaquil encontramos un porte que nos permitía traer la Autocaravana hasta Rotterdam a un precio razonable.
Pero no iba a ser tan fácil. Resulta que, según nos contaron, se acercaba la temporada del banano y había que embarcar la autoca lo antes posible porque en octubre los precios subían. A Elena y a mí, nos tocaba viaje relámpago a Colombia mientras los pekes se quedaban con los abuelos.
Nosotros que queríamos haber pasado un par de semanas tranquilas en Silvia disfrutando de la compañía de Theo, Johanna, Maria Jose y Matias, íbamos a tener que conformarnos con 2 o 3 días y salir pitando hacía Ecuador para que nos diera tiempo a llegar a Guayaquil en la fecha requerida.
Pero las cosas siempre pueden complicarse más.
Estando ya en Colombia y en medio de esos tres días, nos llamaron desde casa y nos avisaron de que mi padre había tenido una recaída y estaba bastante mal.
Tocaba nueva decisión, otra vez. Lo dejábamos todo e intentábamos volver inmediatamente a sabiendas de que luego íbamos a tener que regresar otra vez o poníamos en marcha un plan ultra-turbo para bajar hasta Guayaquil lo más rápidamente posible, preparar el papeleo de la autocaravana y volvernos a casa con todo listo.
Después de hablar con la familia y darle muchas vueltas, nos decidimos por la segunda opción y salimos de Silvia inmediatamente con el regusto amargo de dejar allí unos increíbles amigos que no sabemos cuándo volveremos a ver.
Nos pusimos en marcha con la idea de hacer en dos días el recorrido que pensábamos hacer en cinco pero el segundo día, después de agarrarse a la vida todo lo que pudo, mi padre nos dijo adiós, rodeado del inmenso cariño de toda la familia y amigos pero con nosotros a 9.000 kms.
Fueron unas horas de angustia en las que intenté concentrarme solo en conducir, mientras Elena lloraba en el asiento del copiloto, sin contarme ni la mitad de lo que le contaban a ella por Wasap.
El viernes a las 9 de la mañana estábamos en Guayaquil y el funeral de mi padre era el sábado. Parecía que podíamos conseguir llegar. Pero lo pareció por poco tiempo porque según entramos en la ciudad, empezó a encenderse el piloto de avería en la inyección y el motor comenzó a vibrar sospechosamente. Adiós a acabar las gestiones por la mañana. Ahora nos tocaba buscar un taller y solucionar el problema porque cada vez iba a peor.
Después de unas cuantas vueltas porque el concesionario IVECO que teníamos anotado, ya no existía, encontramos un taller que nos lo revisó y nos dio la primera buena noticia del día. El problema del inyector simplemente era un poco de polvo y suciedad en el capuchón de conexión. Limpiaron todos los capuchones y volvió a funcionar perfectamente.
Y además nos permitieron guardarla allí mismo hasta que vinieran los de la empresa de logística para llevársela al puerto. Las cosas iban saliendo por fin, pero ya eran las 13:00 horas y todo el mundo se iba a comer. Seguía nuestra angustia porque el último vuelo posible salía de Guayaquil a las 18:00 y no íbamos a llegar.
Con la avería de la autoca solucionada, a la tarde fuimos a la empresa de logística con idea de intentar acabar todo, coger el avión y volver ese mismo día, pero eso es más fácil de decir que de hacer. Había que preparar todo el papeleo, ir a la aduana y atravesar todo Guayaquil para encontrarnos con la desagradable sorpresa de que, al llegar a la aduana, no bastaba con firmar el papel que nos habían preparado sino que, para que pudieran embarcarla ellos, era necesario hacer un poder notarial. Había que buscar un notario abierto, un viernes a las 17:00 de la tarde.
Claudia, la chica de la empresa que nos estaba ayudando, empezó a remover sus contactos y conseguimos un notario pero para cuando lo encontramos y terminamos de hacer el poder eran las 18:30 y estábamos en la otra punta de Guayaquil. Nuestra idea de volar hoy se había esfumado.
Hablamos con la familia y les explicamos la situación y creo que estaban más preocupados ellos, por lo mal que lo estábamos pasando que porque no llegáramos al funeral.
Al final después de pelear unas horitas con Iberia, conseguimos cambiar el vuelo para el día siguiente y por fin el sábado a la tarde dejamos Guayaquil, después de una semana terrible que nos puso al límite, con la felicidad de estar por fin en casa pero con la tristeza de tener que abandonar Sudamérica a toda prisa y por la puerta de atrás. Dejamos allí tantos amigos, que algún día habrá que volver.
Ahora nos toca un buen baño de familia y amigos, unos días de descanso y la vuelta a la normalidad preparando nuestra etapa Española.
Ha sido duro pero seguimos en el camino.
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